Alabando a Dios por sus obras

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El texto que sigue es parte del comentario de Lutero acerca del «Magnificat», cántico de la Virgen María relacionado al anuncio del nacimiento de Jesús. El mismo se encuentra en el evangelio de Lucas, capítulos 1.46-55. La porción de este comentario corresponde al v. 48: «porque ha puesto sus ojos en la insignificancia de su sierva, por lo cual me proclamarán bienaventurada todas las generaciones».

María (empero) comienza refiriéndose en primer término a sí misma, cantando lo que Dios hizo en favor de ella. Con esto nos enseña dos cosas: primero, antes de fijarse en las obras que Dios hace con otros, cada cual debe prestar atención a lo que Dios hace con él mismo. Porque la salvación de ninguno depende de lo que hace con otro, sino de lo que hace contigo. Así en Juan 21.21-22, cuando San Pedro hablando de Juan dice: «¿Qué ha de hacer éste?» Cristo le dijo: «¿Y a ti qué? Sígueme tú». Es como si dijera: las obras de Juan no te servirán. Debes preocuparte por ti mismo, y esperar lo que he de hacer contigo.

He aquí la segunda enseñanza de María: cada cual debe aspirar a ser el primero en alabar a Dios y exaltar las obras de Dios realizadas en él, y después alabarlo también en las obras realizadas en otros. Así leemos que Pablo y Bernabé anunciaron las obras que Dios había realizado por medio de ellos a los apóstoles, y éstos a su vez las suyas. Lo mismo hicieron, según el último capítulo de Lucas, después de la aparición del Resucitado. Surge entonces una común alegría, alabando todos a Dios. Cada cual celebra la gracia recibida por el otro, y aunque primero la recibida por él, aun cuando sea menor que la del otro. No aspira a ser el primero o el privilegiado en los bienes de Dios, sino en alabarlo y amarlo. Se contenta con tener a Dios y su sola benevolencia, por pequeña que sea la dádiva. Tan llano es su corazón. Pero los interesados y egoístas tuercen los ojos cuando advierten que no son los más favorecidos y privilegiados en los bienes. Refunfuñan en lugar de alabar, porque se ven igualados o menos favorecidos que otros. Así lo hicieron los del evangelio según San Mateo 20.10-12, que murmuraban contra el padre de familia, no porque cometió una injusticia con ellos, sino porque los igualó a los demás en el pago del denario cotidiano.

Así también hay muchos en la actualidad que no enaltecen la benevolencia de Dios, porque ven que no tienen tanto como San Pedro u otro santo o cualquier otro en la tierra. Arguyen que si también tuviesen tanto, alabarían y amarían a Dios. Menosprecian los muchos bienes con que Dios los ha colmado, no dándose cuenta de ellos, tales como el cuerpo, la vida, la razón, las posesiones, la honra, los amigos y el servicio que el sol les presta a ellos y a todas las criaturas.

Si tuvieran todos los bienes de María, no reconocerían en ellos a Dios ni lo alabarían. Es como Cristo dice en Lucas 16.10: «El que es fiel en lo humilde y poco, también es fiel en lo importante y mucho, y el que no es fiel en lo poco, tampoco es fiel en lo mucho». Por tanto, no merecen que se les dé lo mucho y lo importante porque desdeñan lo pequeño y lo poco. Si alabasen a Dios en lo pequeño, recibirían también lo grande en abundancia. Esto se debe a que miran hacia arriba y no hacia abajo. Si mirasen hacia abajo, encontrarían a muchos que quizás no tienen ni la mitad de lo que ellos mismos tienen, y que, no obstante, están contentos con Dios y lo ensalzan. Una ave canta, alegrándose de lo que es capaz, sin quejarse de que no pueda hablar. Un perro salta alegremente y está contento, aunque no está dotado de razón. Todos los animales se conforman y sirven a Dios con amor y alabanza. No tienen el ojo pérfido y egoísta del hombre que es insaciable. Este nunca está satisfecho a causa de su ingratitud y orgullo. Pretende ocupar el lugar de privilegio y ser el más beneficiado. No está dispuesto a honrar a Dios, más bien pretende ser honrado por El.

María manifiesta que la primera obra que Dios realiza en ella es poner los ojos en ella, lo cual es al mismo tiempo la obra más importante. Todas las demás son consecuencias y emanan de ella. En efecto, cuando Dios vuelve su rostro hacia alguien para mirarlo, no reina sino gracia y bienaventuranza, a lo cual han de seguir todas las dádivas y obras. Así leemos en Génesis 4.45 que Dios miró con agrado a Abel y su ofrenda, pero no miró a Caín y su ofrenda. De ahí las muchas súplicas en los salmos de que Dios dirija su rostro hacia nosotros; que no lo oculte, sino que lo haga resplandecer sobre nosotros, etc. Y al decir: «He aquí me dirán bienaventurada todas las generaciones por haber puesto los ojos en mí», demuestra que también ella misma lo considera lo más importante. Repara tú en las palabras. No dice que hablarán muy bien de ella, que ensalzarán su virtud, que destacarán su virginidad o su humildad, o que entonarán una canción para alabar lo que ha hecho. Por el contrario, hablaran sólo de que Dios ha puesto los ojos en ella, por lo cual se dirá que es bienaventurada. Esto significa honrar a Dios de la manera más cabal posible. Por eso puntualiza el hecho de que Dios ha puesto los ojos en ella, diciendo: «Ecce enim ex hoc», «He aquí, desde ahora me dirán bienaventurada», etc., es decir, desde que Dios ha puesto sus ojos en mi insignificancia, me proclamarán bienaventurada. Con esto no es enaltecida ella, sino la gracia de Dios para con ella. Y aun es despreciada y se desprecia a sí misma, al decir que Dios ha puesto los ojos en su insignificancia. Por eso exalta también su bienaventuranza, antes de referir las obras que Dios realiza en ella, atribuyendo todo a la condescendencia divina para con su insignificancia.

Martín Lutero, Obras, Vol. 6

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