Los Artículos de Esmalcalda

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Artículos de Doctrina Cristiana que debieron haber sido presentados por nuestros partidarios en el concilio de Mantua, o en cualquier otro lugar en que debía de reunirse el concilio, y que habían de indicar lo que podíamos o no podíamos ceder. Escrito por el Dr. Martín Lutero en el año 1537.

Prólogo del Dr. Martín Lutero

1 Puesto que el Papa Pablo III convocó por escrito 1 un concilio el año pasado que tendría lugar en Mantua por Pentecostés y después fue trasladado de lugar2, no sabiéndose aún dónde o si se pueda celebrarlo, y como nosotros por nuestra parte, debíamos esperar que siendo invitados o no, fuéramos condenados, me fue confiado3 componer y reunir los artículos de nuestra doctrina, para que si se tratase de deliberaciones, se supiese dónde y en qué medida queremos o podemos hacer concesiones a los papistas y sobre qué puntos pensamos definitivamente perseverar y mantenernos.

2 En este sentido he compuesto estos artículos y los he entregado a los nuestros. Han sido aceptados también por los nuestros y confesados unánimemente, y se ha decidido que (si el Papa y los suyos alguna vez llegasen a ser tan valientes y serios, sin mentiras y engaños, para convocar un concilio verdaderamente libre, como es su deber) se debía presentarlos públicamente como confesión de nuestra fe. 3 Pero la corte romana tiene un horrible temor ante un concilio libre y huye tan vergonzosamente de la luz, que ha llegado a arrebatar a los suyos la esperanza de que puedan soportar jamás un concilio libre y mucho menos convocarlo por propia iniciativa. Están, como es justo, muy enojados y se sienten bastante molestos por ello, como los que notan que el Papa quisiera ver perdida a toda la cristiandad y condenadas a todas las almas, antes que él y los suyos quisiesen reformarse algo y dejar que se ponga un límite a su tiranía.

No obstante, yo he decidido hacer imprimir entretanto y publicar estos artículos para el caso en que yo muera antes de que un concilio se celebre (como lo aguardo y espero con toda certeza), ya que esos bribones que huyen de la luz y temen el día tienen que darse una miserable molestia en retardar e impedir el concilio. Con ello, los que vivan y subsistan después de mí, pueden presentar mi testimonio y confesión4 fuera de la confesión que he publicado anteriormente,5 la cual he permanecido fiel hasta ahora y a la cual espero permanecer fiel con la Gracia de Dios. 4 En efecto, ¿Qué habría de decir?, ¿De qué habría de quejarme? Estoy aún en vida, escribo, predico, y dicto clases diariamente. No obstante, tales personas venenosas se encuentran no sólo entre nuestros adversarios, sino que también hay falsos hermanos que quieren pertenecer a nuestro partido y que se atreven a citar directamente contra mí mis escritos y mi doctrina y esto ante mis ojos y oídos, aunque saben que enseño de otra manera. Quieren dar una bella apariencia a su veneno con mi trabajo y seducir a la pobre gente bajo mi nombre. ¿Qué será más tarde después de mi muerte?.

5 ¿Hay una razón por qué yo deba responder a todo mientras viva?. Y, ¿cómo podré yo solo cerrar los hocicos del diablo?. Y en particular a aquellos (todos ellos están envenenados) que no quieren escuchar ni notar lo que escribimos, sino que se ocupan con todo afán en trastocar y corromper nuestras palabras en todas sus letras de la manera más vergonzosa. Dejo responder al diablo tal cosa o finalmente a la ira de Dios, tal como merecen. 6 Pienso a menudo en el buen Gerson6, que dudaba de si se debía publicar algo bueno. Si no se hace se abandonarán muchas almas que se podrían salvar. Pero, si se le hace, ahí estará el diablo con incontables hocicos venenosos y perversos que todo lo envenenan y trastocan, de modo que se impide el fruto. 7 Lo que ganan con ello, se ve claramente: Ya que han mentido tan vergonzosamente contra nosotros y han querido mantener en su partido a la gente con mentiras, Dios ha continuado su obra; hay disminuido siempre el partido de ellos y aumentado el nuestro, y a ellos con sus mentiras los ha avergonzado y los sigue avergonzando.

8 Tengo que contar una historia: Aquí en Wittenberg estuvo un doctor enviado de Francia,7 que dijo públicamente ante nosotros que su rey estaba convencido y más que convencido de que no había entre nosotros ni iglesia, ni autoridad, ni estado matrimonial, sino que todo andaba como entre los animales,8 y que cada uno hacía lo que le placía. 9 Ahora bien, ¿te imaginas cómo nos mirarían a la cara en el día del juicio y ante el trono de Cristo estos hombres que por sus escritos han hecho creer al rey y a otras autoridades como pura verdad tales groseras mentiras? Cristo, Señor y juez de todos nosotros, sabe muy bien que mienten y que han mentido. Tendrán que escuchar en su oportunidad el juicio; lo sé ciertamente. En cuanto a los otros, sólo será su destino pena y dolor eternos.

10 Para volver a mi tema, deseo expresar que me agradaría ver ciertamente que se celebrase un verdadero concilio, con el cual se ayudaría a muchas cosas y personas. Nosotros no lo necesitamos, pues nuestras iglesias están ahora iluminadas y provistas por la Gracia de Dios con la palabra pura y el recto uso del Sacramento, con el conocimiento de todos los estados,9 y las obras buenas, de tal modo que por nuestra parte no buscamos ningún concilio y en lo que se refiere a estas materias no podemos esperar ni estar a la expectativa de nada mejor del concilio. Pero ahí vemos en todas partes en los obispados parroquias vacías y desiertas que el corazón se le parte a uno. Y, sin embargo, no se preguntan ni los obispos ni los canónigos cómo vive o muere la pobre gente, por la que, no obstante, murió Cristo, y a quien no quieren permitir que le oigan hablar con ellos como el buen pastor con sus ovejas10. 11 Me atemoriza y aterroriza el pensar que alguna vez haga pasar sobre Alemania un concilio de ángeles que nos destruya a todos desde la raíz, como Sodoma y Gomorra, puesto que nos burlamos tan insolentemente de El bajo el pretexto del concilio.11

12 Además de estos asuntos necesarios de la iglesia, habría también cosas innumerables y grandes que corregir en los estados seculares. Hay discordia entre los príncipes y los estados,12 la usura y la rapacidad se han desencadenado como un diluvio, y se han transformado en puro derecho, antojo, impudicia, extravagancia en el vestir, glotonería, el juego, ostentación y los vicios de todas las clases, maldad, desobediencia de los súbditos, servidumbre y obreros, extorsión por parte de los artesanos y campesinos13 (y quién puede contar todo), se han extendido de tal forma que con diez concilios y veinte dietas no se podría restablecer el orden. 13 Si se llegase a tratar tales asuntos principales de estado eclesiástico y secular, asuntos que son contrarios a Dios, habría tanto que hacer que se olvidarían puerilidades y bufonerías sobre el largo de las albas,14 sobre el diámetro de las tonsuras, el ancho de los cinturones,15 sobre las mitras de obispo y los capelos cardenalicios, los báculos16 y demás farsas. Si hubiéramos realizado primeramente el mandamiento y la orden de Dios en el estado eclesiástico y secular, tendríamos suficiente tiempo para reformar las comidas,17 los vestidos, las tonsuras y casullas.18 Más si pensamos tragarnos tales camellos y colar los mosquitos,19 o dejar las vigas y censurar la paja (Mt. 7:3-5), podemos contentarnos con el concilio.

14 Por eso he redactado pocos artículos. En efecto, ya de por sí tenemos tantos encargos por parte de Dios para cumplir en la iglesia, en la autoridad, en lo doméstico,20 que nunca podremos cumplirlos. ¿Para qué o de qué sirve que por añadidura se hagan muchos decretos y ordenanzas en el concilio especialmente cuando estas cosas primarias ordenadas por Dios no son respetadas ni observadas?. Precisamente como si Dios debiese honrar nuestras bufonerías a cambio de que nosotros pisoteemos sus serios mandamientos. Sin embargo, nos agobian nuestros pecados y no permiten que Dios nos dé de su Gracia, pues lejos de arrepentirnos, queremos defender todas las abominaciones que cometemos. 15 ¡Oh, amado Señor Jesucristo, celebra Tú mismo un concilio y rescata a los tuyos mediante tu retorno glorioso! Con el Papa y los suyos todo está perdido. A Ti no te quieren. Socórrenos a nosotros pobres y miserables, que elevamos suspiros a Ti y te buscamos sinceramente, según la Gracia que nos otorgaste por tu Espíritu Santo, el cual, contigo y el Padre vive y gobierna alabado eternamente. Amén.

PRIMERA PARTE

Concerniente a los altos artículos de la majestad divina

1º Que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, tres personas distintas en una sola esencia y naturaleza divinas, son un solo Dios que ha creado los cielos y la tierra, etc.

2º Que el Padre de nadie es nacido; el Hijo es nacido del Padre; el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo.

3º Que el que se hizo hombre no es el Padre, ni el Espíritu Santo, sino el Hijo.

4º El Hijo se hizo hombre de este modo: Fue concebido por obra del Espíritu Santo, sin intervención de un hombre, nació de la pura y santa Virgen María; después padeció; murió y fue sepultado; descendió a los infiernos, resucitó de entre los muertos; subió a los cielos, está sentado a la diestra de Dios, de donde vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos, etc.; como lo enseña el Credo Apostólico, el de Atanasio y el catecismo infantil usual.

Dado que estos artículos no son motivo de discordia ni objeto de discusión, ya que nuestros adversarios y nosotros los creemos y confesamos,21 es innecesario que nos ocupemos ahora más extensamente en ellos.

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