La Reforma: fidelidad a la Palabra de Dios

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De sus «Comentarios al Génesis», extraemos un breve pasaje en el que Lutero demuestra, con admirable sencillez, que su reforma no fue un «movimiento», iniciado por un disconforme, sino un simple acto de fidelidad a la palabra de Dios.

Génesis 35.2: «Entonces Jacob dijo a su familia y a todos los que con él estaban: Quitad los dioses ajenos que hay entre vosotros». Esto de tener dioses ajenos es el factor primordial y original del cual provienen todos los demás pecados. Y cualquier reforma o mejora que se intente emprender, resultará inútil si no le precede una depuración de la doctrina. Tenemos el lamentable ejemplo del pasado y de todos los concilios de la iglesia, que ponen en primerísima plana algunas disposiciones respecto de ceremonias exteriores, como que los sacerdotes tienen que llevara una sotana larga, ser asiduos en hacer sus oraciones y leer misa, abstenerse de juegos de azar y de la fornicación. A esto lo llaman «reformar la iglesia». Y es de prever que en cualquier concilio a realizarse en lo futuro, no se hará otra cosa que volver sobre estos mismos puntos. Es que los responsables de la conducción de la iglesia hacen caso omiso de la palabra y la doctrina; no tienen conocimiento de la misma, ni interés en ella.

Por esto es preciso poner el hacha a la raíz de los árboles. Lucas 3.9, y atacar a la serpiente por la cabeza. Pues por más que la golpees en el cuerpo, lo soportará sin correr mayor peligro. Pero si le pegas en la cabeza, aunque sea con una vara pequeña, morirá casi en el acto. Ahora bien: los más recios esfuerzos y todo el afán destructor de la vieja serpiente, Satanás, van dirigidos contra la palabra y la doctrina; y ésta está comprendida en el Primer Mandamiento: No tendrás dioses ajenos delante de mí. Esta doctrina es el blanco de los ataques más violentos de parte de Satanás. De ahí que sea necesario que ante todo nos empeñemos en tener la doctrina correcta acerca de Dios, y en tener plena certeza respecto de ella. Donde exista esta base, será posible también efectuar una reforma y un reordenamiento de la iglesia con resultados positivos.

Cuando el rey Fernando moviliza sus huestes para luchar contra los turcos, da órdenes de que se hagan ayunos, procesiones y peregrinaciones. Pero ¿para qué sirve todo esto, sino para que el diablo tenga algo de qué burlarse? Mucho más importante sería disponer que se enseñe en forma clara qué significa creer en Dios y cuál es la manera correcta de adorarlo y servirle. En lugar de esto, se lo invierte todo: se defienden artículos que son errores doctrinales manifiestos, y se confirma a la gente aún más en su idolatría, y luego se intenta aplacar la ira divina mediante ceremonias puramente formales y rogaciones, con lo cual Dios es doblemente ofendido y burlado.

Recordemos por lo tanto lo que ordenó Jacob: «Quitad los dioses ajenos» quiere decir: haced que se dejen de causar tropiezos mediante enseñanzas falsas y vida licenciosa, a fin de que el pueblo aprenda qué es en verdad temer a Dios y confiar en él. Una vez que se haya logrado esto, habrá lugar también para sotanas largas, tonsuras y demás cosas por el estilo.

Por consiguiente: una «reforma» en el buen sentido de la palabra se produce cuando se comienza por reformar y depurar la doctrina. El paso siguiente consiste en combatir y extirpar los pecados, como usura, robos, asaltos, inmoralidad. Por último puede agregarse también una advertencia en cuanto a la vestimenta decorosa con que el pueblo en general y los clérigos han de presentarse en el templo. Pero nuestros reformadores invierten el orden: su reforma comienza por el calzado y los vestidos, y lo que es lo más importante y lo mejor, lo dejan a un lado. Mucho más apropiado sería proceder de esta manera: tratar de lograr que quede limpio lo interior del corazón -para esto está la fe; que queden limpios también el cuerpo y los miembros -para esto está el amor; y que además reine el decoro en materia de vestimenta y buenas costumbres -a esto podrán contribuir las ceremonias exteriores.

Nuestro corazón y todo nuestro afán ha de estar dirigido hacia el Dios único, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y ha de aferrarse al único Mediador, el cual es Cristo Jesús. Esta es la primera parte de la reforma que Jacob propuso a los de su casa.

Martín Lutero

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