Los Artículos de Esmalcalda

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De la Ordenación y Vocación

1 Si los obispos quisieran ser verdaderos obispos y tener preocupación por la iglesia y el Evangelio, se podría permitir, en virtud del amor y de la unión pero no por necesidad, que ordenaran y confirmaran a nosotros y a nuestros predicadores, dejando, no obstante, todas las mascaradas y fantasmagorías cuya esencia y pompa no son cristianas. 2 Pero como no son ni quieren ser verdaderos obispos, sino señores y príncipes mundanos que ni predican ni enseñan ni bautizan, ni dan la comunión ni quieren realizar ninguna obra o función127 de la iglesia y, además, persiguen y condenan a aquellos que cumplen tal función en virtud de su llamado, la iglesia no debe quedar sin servidores por causa de ellos.

Por eso, como los antiguos ejemplos de la iglesia y de los Padres nos enseñan, deseamos y estamos obligados nosotros mismos a ordenar a las personas aptas para tal función.128 Y esto los obispos no tienen que prohibírnoslo, ni impedirlo, ni siquiera de acuerdo a su propio derecho. Pues su derecho dice que los que son ordenados por herejes, deben ser considerados como ordenados y permanecer como tales.129 De la misma manera San Jerónimo escribe sobre la iglesia en Alejandría que en sus primeros tiempos carecía de obispos y que era gobernada por sacerdotes y predicadores en común.130

Sobre el Matrimonio de los Sacerdotes

1 Cuando han prohibido el matrimonio y han impuesto la carga de una castidad perpetua al estado divino de los sacerdotes, no han tenido ni la atribución ni el derecho, sino que han actuado como perversos anticristianos, tiránicos y desesperados, dando con ellos motivo a toda clase de pecados horrorosos, 2 espantosos e incontables de impudicia y ahí se encuentran hundidos aún. Lo mismo que a nosotros como a ellos no nos ha sido dado poder de cambiar un hombre en mujer o una mujer en hombre o suprimir la diferencia de sexos, de la misma forma no han tenido poder para separar o prohibir a tales criaturas de Dios vivir honradamente en el estado matrimonial entre sí. 3 Por eso no estamos dispuestos a consentir o soportar este su lamentable celibato, sino a dejar libre el matrimonio, como Dios lo ha ordenado e instituido y no queremos desgarrar ni obstaculizar su obra. En efecto, San Pablo dice que es «una doctrina diabólica».131

Sobre la Iglesia

1 No les concedemos que ellos sean la iglesia y tampoco lo son. 2 Y no queremos oír lo que ellos mandan o prohíben bajo el nombre de la iglesia. Pues gracias a Dios, un niño de siete años132 sabe qué es la iglesia, es decir, los santos creyentes y «el rebaño que escucha la voz de su pastor» (Jn. 10:3). 3 En efecto, los niños rezan de este modo: «Yo creo en una santa iglesia cristiana». Esta santidad no consiste en sobrepellices, tonsuras, albas y en otras de sus ceremonias que han inventado sobrepasando por completo la Sagrada Escritura, sino en la Palabra de Dios y en la verdadera fe.

Cómo se es justificado ante Dios y sobre las buenas obras

1 Lo que he enseñado hasta ahora y sin cesar sobre este tema no sabría cómo poder cambiarlo, es decir, que «por la fe» (como dice San Pedro en Hch. 15:9) recibimos un corazón distinto, nuevo, puro y que Dios, por causa de Cristo, nuestro mediador, quiere considerarnos y nos considera completamente justos y santos. Aunque el pecado en la carne no está totalmente borrado ni ha perecido, sin embargo, Dios no quiere tenerlo en cuenta ni saber de él.

2 Y tal fe, renovación y perdón de los pecados tienen como consecuencia las buenas obras y lo que en ellas haya de pecaminoso e imperfecto, no debe ser contado como pecado o imperfección, precisamente por causa del mismo Cristo: Por lo contrario, el hombre debe ser considerado y será en su totalidad, tanto en su persona como en sus obras, justo y santo por la pura Gracia y Misericordia en Cristo, derramadas y extendidas abundantemente sobre nosotros. 3 Por eso no nos podemos gloriar de mucho merecimiento por nuestras obras cuando son consideradas sin la Gracia y la Misericordia; por lo contrario, como está escrito: «El que se gloría, gloríese en el Señor» (1Co. 1:31; 2Co. 10:17), esto es, que tiene un Dios misericordioso.133 Entonces, todo saldrá bien. Agreguemos, que si la fe no tiene como consecuencia buenas obras, es falsa y en ningún caso verdadera.

Sobre los Votos Monásticos

1 Ya que los votos monásticos están en directa oposición al primer artículo principal, deben ser totalmente suprimidos. Sobre ellos dice Cristo en el capítulo 24 de Mateo: Ego sum Christus, etcétera (Mt. 24:5-Yo soy Cristo). En efecto, el que ha hecho votos de vivir en convento, cree que lleva una vida superior a la del cristiano común y quiere ayudar con sus obras a llegar al cielo no sólo a sí mismo sino también a otros. Esto significa negar a Cristo, etcétera. Y se jacta, basándose en Santo Tomás, que los votos monásticos son iguales al bautismo, lo que es una blasfemia.134

Sobre las Ordenanzas Humanas135

1 Cuando los papistas dicen que las ordenanzas humanas sirven para el perdón de los pecados o merecen la salvación, esto es cosa no cristiana y condenada, como dice Cristo: «En vano me sirven, pues enseñan una tal doctrina que no es sino mandamiento de hombres» (Mt. 15:9). Lo mismo leemos en el capítulo de la Epístola a Tito: Aversantium veritatem.136 2 Tampoco es correcto que digan que es pecado mortal quebrantar tales ordenanzas.

3 Estos son los artículos a los que me debo atener y me atendré hasta mi muerte, si Dios quiere, y no sé qué pueda modificar o conceder en ellos. Si alguien quiere conceder algo, que lo haga según su propia conciencia.

4 Finalmente, queda aún el saco de malicias del Papa lleno de artículos insensatos e infantiles, como la dedicación de iglesias, bautismo de campanas, bautismo de piedras de altares y pedir padrinos que dan dinero para eso, etc. Estos bautismos son una burla y un escarnio al Santo Bautismo, lo cual no se debe tolerar.

5 Después vienen la bendición de candelas, palmas, especias, avenas, panes,137 cosas que no pueden llamarse o ser bendecidas, sino que son mera burla y engaño.

Y estas bufonadas son incontables, cuya adoración encomendamos a su dios138 y a ellos mismos, hasta que se cansen. Nosotros no queremos ser perturbados con ello.

Martín Lutero D., suscribió.
Justus Jonas, D. Rector, suscribió con su propia mano.
Juan Bugenhagen, Doctor de Pomerania, suscribió.
Caspar Creutziger, D., suscribió.
Nicolas Amsdorff, de Magdeburgo, suscribió.
Jorge Spalatin, de Altenburgo, suscribió.
Yo, Felipe Melanchton, considero también los artículos presentados como verdaderos y cristianos, pero sobre el Papa estimo que, si quisiese admitir el Evangelio, nosotros también le concederíamos la superioridad sobre los obispos que él posee por derecho humano, haciendo esta concesión por la paz y la unidad general entre los cristianos que están ahora bajo él y que quisieran estar en el futuro bajo él.
Joannes Agrícola, de Eisleben, suscribió.
Gabriel Dydimus, suscribió.
Yo, Urbano Rhegius D., superintendente de las iglesias en el ducado de Lüneburgo, suscribo en mi propio nombre y en el de mis hermanos y en el de la iglesia de Hannover.
Yo, Esteban Agrícola, eclesiástico de la corte, suscribo.
Y yo, Joannes Draconites, profesor y eclesiástico en Marburgo, suscribo.
Yo, Conrado Figenbocz, por la gloria de Dios suscribo que así he creído y aún predico y creo firmemente como se indica arriba.
Andreas Osiander, eclesiástico de Nuremburg.
M. Vito Dietrich, eclesiástico de Nuremburg, suscribo.
Erardo Schnepffius, predicador de Stuttgart, suscribo.
Conrado Öttinger de Pforzheim, predicador del duque Ulrico.
Simon Schneeweiss, pastor de la iglesia de Kreilsheim.
Juan Schlachinhauffen, pastor de la iglesia de Köthen, suscribo.
Maestro Jorge Heltus de Forchheim.
Maestro Adamus de Fulda, predicador de Essen.
Maestro Antonio Corvinus.
Yo, Dr. Juan Bugenhagen, de Pomerania, suscribo otra vez en nombre del maestro Juan Brenz, quien residiendo en Esmalcalda me mandó en forma oral y por escrito, lo cual he mostrado a estos hermanos que han suscripto.
Yo, Dionisio Melander, suscribo la Confesión, la Apología y la Concordia en lo que se refiere a la eucaristía.
Pablo Rhodius, superintendente de Stettin.
Gerardo Oemcken, superintendente de la iglesia de Minden.
Yo, Brixius Northanus, ministro de la iglesia de Cristo que está en Soest, suscribo los artículos del reverendo padre Martín Lutero y confieso que he creído estas cosas hasta ahora y las he enseñado y pienso que por el Espíritu de Cristo de este modo las seguiré creyendo y enseñando.
Miguel Caelius, predicador en Mansfeld, suscribe.
Maestro Pedro Geltner, predicador en Frankfurt, suscribió.
Maestro Wendal Faber, párroco de Seeburg en Mansfeld.
Yo, Juan Aepinus, suscribo.
De la misma forma yo, Juan Ámsterdam, de Bremen.
Yo, Federico Myconius, pastor de la iglesia en Gotha, Thuringia, suscribo en mi propio nombre y en el de Justo Menús, de Eisenach.
Yo, Juan Langus, doctor y predicador de la iglesia en Erfurt, en mi propio nombre y en el de mis colaboradores en el Evangelio, es decir:
Reverendo licenciado Luis Platz, de Melsungen.
Reverendo maestro Segismundo Kirchner.
Reverendo Wolfgang Kiswetter.
Reverendo Melchor Weitman.
Reverendo Juan Thall.
Reverendo Juan Kilian.
Reverendo Nicolás Faber.
Reverendo Andrés Menser (suscribo con mi mano).
Y yo, Egidio Melcher, he suscripto con mi mano.

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