Biografía de Lutero - por Roland Bainton

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Capítulo IX

LA APELACIÓN AL CÉSAR

En un punto Lutero no tenía duda alguna. Le ayudaran o no le ayudaran, él daría su testimonio.

«Para mí la suene está echada. Desprecio por igual la furia y el favor de Roma. No me reconciliaré ni me comunicaré con ellos. Que condenen y quemen mis libros. Por mi parte, a menos que no pueda encontrar un fuego, condenaré y quemaré públicamente toda la ley canónica.»

Tampoco descuidó Lutero su defensa. En vano había apelado al papa y a un concilio. Sólo quedaba un recurso: apelar al emperador. Durante el mes de agosto Lutero se dirigió a Carlos V en estas palabras:

No es presunción que quien mediante la verdad evangélica ha ascendido al trono de la Divina Majestad se aproxime al trono de un príncipe terrenal, ni es impropio que un príncipe terrenal, que es la imagen del celestial, se incline a levantar al pobre del polvo. Por eso, indigno y pobre como soy, me arrojo a los pies de Vuestra Majestad Imperial, ya que presento un asunto digno. He publicado libros que me han atraído la indignación de muchos; pero lo hice impulsado por otros, pues no hubiera preferido otra cosa que mantenerme en la oscuridad. Durante tres años he buscado la paz en vano. Ahora me queda un solo recurso: apelar al César. No quiero protección si se me encuentra impío o herético. Una sola cosa pido: que ni la verdad ni el error sean condenados sin ser escuchados y refutados.

Pero Lutero no sólo pedía al César que escuchara a un hombre. Le pedía algo más. También debía reivindicar una causa. La Iglesia estaba desesperadamente necesitada de reforma y la iniciativa debía venir, como Hutten pretendía, del poder civil. Un poderoso programa de reforma había sido delineado por Lutero en el Discurso a la nobleza alemana. El término «nobleza» era usado ampliamente para abarcar toda la clase dominante en Alemania, desde el emperador para abajo. Pero, ¿con qué derecho, puede preguntarse el lector moderno, podía pedirles Lutero que reformaran la Iglesia? La cuestión tiene algo más que interés de anticuario, porque algunos afirman que en este opúsculo Lutero rompía con su primitiva concepción de la Iglesia como un remanente perseguido, y en cambio establecía las bases para una iglesia aliada al estado y servidora de éste. Lutero aducía tres fundamentos para su apelación: La primera era simplemente que el magistrado era el magistrado, ordenado por Dios para castigar a los malhechores. Todo lo que Lutero pedía del magistrado como tal era que llevara al clero ante los jueces civiles, protegiera a los ciudadanos contra la extorsión eclesiástica y reivindicara al estado en el ejercicio de funciones civiles, liberándolo de la intromisión clerical. Era en este sentido que Lutero a menudo afirmaba que ni en mil años alguien había luchado por el estado civil como él lo había hecho. Las pretensiones teocráticas de la Iglesia debían ser rechazadas.

El Discurso a la nobleza alemana, sin embargo, va mucho más allá que el mero circunscribir a la Iglesia a su debida esfera. Lutero se interesaba mucho menos por la emancipación del estado que por la purificación de la Iglesia. El despojarla del poder temporal y de la riqueza excesiva tenía el propósito de emancipar a la Iglesia de las preocupaciones mundanas para que pudiera llenar mejor sus funciones espirituales. La base del derecho del magistrado para emprender esta reforma está expresada en la segunda razón de Lutero, que es: «Las autoridades temporales están bautizadas con el mismo bautismo que nosotros.» Este es el lenguaje de la sociedad cristiana, constituida sobre el sacramento social administrado a cada recién nacido dentro de la comunidad. En esa sociedad, la Iglesia y el estado son mutuamente responsables del sostenimiento y corrección el uno del otro.

En un tercer pasaje, Lutero da la razón adicional de que los magistrados son cristianos que comparten el sacerdocio de todos los creyentes, de lo que algunos historiadores modernos han inferido que Lutero concedería a los magistrados el papel de reformadores de la Iglesia solamente en el caso de que fueran ellos mismos cristianos convencidos, y aun así solamente en una emergencia. Pero en este opúsculo no se expresa tal condición. Se hace descansar al propio sacerdocio de todos los creyentes en el más bajo grado de fe implícita en el niño bautizado. Toda la actitud de Latero con respecto al papel reformador del magistrado es esencialmente medieval. Lo que lo distingue de tantos otros intentos de reparación de agravios es su profundo tono religioso. Las quejas de Alemania estaban combinadas con la reforma de la Iglesia, y el mismo poder civil se hacía residir menos en el brazo de la carne que en la mano del Señor.

El programa empezaba con premisas religiosas. Tres muros de Roma deben caer como los muros de Jericó. El primero era la afirmación de que el poder espiritual está por encima del temporal. A esta pretensión Lutero enfrenta la doctrina del sacerdocio de todos los creyentes. «Todos somos por igual cristianos y tenemos bautismo, fe, el Espíritu Santo y todas las cosas por igual. Si es muerto un sacerdote, se coloca a un territorio entero bajo interdicto. ¿Por qué no se hace lo mismo en el caso de un campesino? ¿De dónde viene esta gran distinción entre los que se llaman cristianos?» El segundo muro era la pretensión de que solamente el papa podía interpretar las Sagradas Escrituras. Esta aserción era rebatida no tanto con la reivindicación de los derechos de la ciencia humanista contra la incompetencia papal, como por las pretensiones de los laicos cristianos de comprender el espíritu de Cristo. «El asno de Balaam fue más sabio que el profeta, mismo. Si Dios habló por boca de un asno contra un profeta, ¿por qué aun ahora no podría hablar por boca de un hombre recto contra el papa?» El tercer muro era la pretensión de que solamente el papa puede convocar a un concilio. En este punto también el sacerdote de todos los creyentes daba a cualquiera el derecho de hacerlo en una emergencia, pero especialmente al poder civil debido a su posición estratégica.

Luego siguen todas las propuestas de reformas a ser instituidas por un concilio. El papado debía volver a la sencillez apostólica, sin más triple corona ni beso de los pies. El papa no debía recibir sentado el sacramento, que le era presentado por un cardenal arrodillado, a través de una boquilla de oro, sino que debía estar parado como cualquier otro «hediondo pecador». Debía ser reducido el número de cardenales. Las posesiones y pretensiones temporales de la Iglesia debían ser abandonadas para que el papa pudiera dedicarse solamente a asuntos espirituales. Los ingresos de la Iglesia debían ser reducidos: no más anatas, derechos, indulgencias, años de oro, reservas, impuestos para cruzadas y todo el resto de triquiñuelas por las que los «borrachos alemanes» eran despojados. Los litigios en los tribunales eclesiásticos que afectaran a alemanes debían ser resueltos en Alemania bajo un primado alemán. Esta sugestión apuntaba en dirección de una iglesia nacional. Para Bohemia se la recomendaba definitivamente.

Las proposiciones con respecto al monasticismo y el matrimonio clerical iban más allá de todo lo que Lutero había dicho antes. Los mendicantes debían ser relevados de escuchar confesión y predicar. El número de órdenes debía ser reducido y no debían existir votos irrevocables. Debería permitirse al clero casarse, porque los sacerdotes necesitan un ama de casa, y colocar a un hombre y una mujer juntos en tales circunstancias es como colocar paja al lado del fuego y esperar que no arda.

Otras recomendaciones diversas piden la reducción de los festivales de la Iglesia y una restricción de las peregrinaciones. Debe dejarse a los santos que se canonicen ellos mismos. El estado debía iniciar una reforma legal y emprender la legislación suntuaria. Este programa era amplio y en su mayor parte despertaría un caluroso aplauso en Alemania.

Por debajo de todo había una profunda indignación contra la corrupción de la Iglesia. Una y otra vez el papa era avergonzado con una comparación con Cristo. Este tema se remontaba a Wycliff a través de Hus. En la biblioteca de Federico el Sabio se encontraba un ilustrado trabajo en lengua bohemia sobre la disparidad entre Cristo y el papa. Una obra similar fue publicada más tarde en Wittemberg con anotaciones de Melanchton y grabados de Cranach. La idea ya estaba presente en el Discurso a la nobleza alemana, en donde se hace referencia a Cristo a pie y el papa en un palanquín con un séquito de tres o cuatro mil jinetes en muías; Cristo lavando los pies de los discípulos, y el papa haciendo besar sus pies; Cristo ordenando mantener la palabra aun a un enemigo, y el papa declarando que no debe mantenerse ninguna promesa al que no tiene fe y que las promesas hechas a los herejes no comprometen. Lo que es peor, se emplea la coacción contra ellos. «Pero los herejes deben ser vencidos con libros y no con fuego. ¡Oh Cristo, mi Señor, mira hacia abajo! ¡Que rompa: el día de tu juicio y destruya el nido del diablo en Roma!»

Publicación de la Bula.

Mientras tanto, la bula Exsurge Domine era ejecutada en Roma. Los libros de Lutero eran quemados en la Piazza Navona. La bula fue impresa, homologada y sellada y se le dio amplia di- fusión. La tarea de su publicación en el norte fue encargada a dos hombres que fueron nombrados nuncios papales e inquisidores especiales con este fin. Uno de ellos era Juan Eck. El otro, Jerónimo Aleandro, era un distinguido humanista, maestro en tres lenguas -latín, griego y hebreo-, antiguo rector de la Universidad de París. Tenía cierto conocimiento de los asuntos ale- manes a través de su juventud pasada en los Países Bajos. Sus irregularidades en cuestiones de moral privada no significaban una ofensa en los días del papado no reformado. El campo fue dividido entre los dos hombres, en parte siguiendo límites geográficos. Eck debía tomar el Este. Franconia y Baviera. Aleandro debía abarcar los Países Bajos y el Rin. Había otra división de funciones, en el sentido de que Aleandro debía dirigirse al emperador, su corte y los altos magnates, laicos y eclesiásticos, mientras que Eck debía ir más bien a los obispos y a las universidades. Los dos hombres recibieron instrucciones para actuar de perfecto acuerdo. Las instrucciones de Aleandro le mandaban ante todo entregar la bula a «Nuestro amado hijo Carlos, Santo Emperador Romano y Rey Católico de España». En ese momento todos los partidos miraban a Carlos. Era joven y no se había definido aún. El papa esperaba que siguiera el ejemplo de su abuela, Isabel la Católica. Los alemanes veían en él al heredero de su abuelo, Maximiliano el alemán. Se aconsejó a Aleandro que si Lutero pedía una audiencia ante la corte del emperador, respondiera que el caso se estaba tratando solamente en Roma. Esta es la primera sugestión de que Lutero podría pedir que su caso fuera referido a un tribunal secular. El secretario que compuso este memorándum fue singularmente clarividente, ya que las instrucciones fueron redactadas antes de la apelación de Lutero al César. Eck recibió una comisión secreta, desconocida para Aleandro, que le permitía incluir en la condenación otros nombres además del de Lutero, según su discreción.

La tarea no era grata para ninguno de los dos, que la emprendieron con riesgo para sus vidas. Eck la complicó enormemente agregando imprudentemente seis nombres: tres de Wittemberg, incluyendo a Carlstadt, y tres de Nuremberg, incluyendo a Spengler y Pirkheimer. No hubiera podido escoger un momento más inoportuno para atacar a los dirigentes del humanismo alemán, que nunca estuvo más unido. En los Países Bajos, Aleandro también debió enfrentarse con muchos simpatizantes de Lutero. Estaba Erasmo, que decía: «La inclemencia de esta bula no está de acuerdo con la moderación de León.» Y otra vez: «Las bulas papales son de peso, pero los eruditos atribuyen más peso a los libros con buenos argumentos extraídos del testimonio de las Divinas Escrituras, que no coaccionan sino que instruyen.» En Amberes, los «marranos» -españoles y portugueses de extracción judía- estaban imprimiendo a Lutero en español. Los mercaderes alemanes difundían sus ideas. Alberto Durero ejecutaba encargos en Amberes mientras esperaba que Lutero y Erasmo purificaran la Iglesia. En el valle del Rin corrían rumores de que Sickingen podría vengar a Lutero, como lo había hecho con Reuchlin, con la fuerza de las armas.

Eck se encontró con la más inesperada oposición. El duque Jorge retrocedió con el pretexto de que su localidad no había sido específicamente nombrada. Se esperaba que Federico el Sabio obstruyera la acción de Eck, pero lo hizo en la forma más desconcertante diciendo que había sabido por Aleandro que Eck no tenía autorización para incluir a ningún otro, excepto Lutero. Entonces Eck se vio obligado a mostrar sus instrucciones secretas. Con un pretexto u otro los obispos alemanes mismos se mantuvieron apartados, y algunos de ellos demoraron seis meses en publicar la bula. La Universidad de Viena se excusó de actuar sin el obispo, y la Universidad de Wittemberg protestó contra la impropiedad de confiar la publicación de la bula a una de las partes en litigio. «No se debería permitir a la cabra ser jardinero, ni al lobo pastor, ni a Juan Eck nuncio papal.» No sólo la Universidad de Wittemberg, sino que aun el duque Jorge de Baviera expresó el temor de que la publicación de la bula produjera desórdenes. Existían algunas razones para esta preocupación. En Leipzig Eck tuvo que esconderse en un claustro para salvar la vida. En Erfurt, cuando hizo reimprimir la bula, los estudiantes arrojaron todos los ejemplares al río para ver si flotaban. En Torgau fue rasgada y embadurnada. Los únicos éxitos fáciles fueron con los obispos de Brandemburgo, Meissen y Magdeburgo, que permitieron la publicación de la bula el 21, 25 y 29 de setiembre, respectivamente. Eck, en honor a este triunfo, erigió una lápida votiva en la iglesia de Ingolstadt: «Juan Eck, professor ordinarius de teología y canciller universitario, nuncio papal y protonotario apostólico, habiendo publicado de acuerdo a la orden de León X la bula contra la doctrina luterana en Sajonia y Meissen, erige esta lápida en gratitud por haber vuelto con vida a su hogar.»

Aleandro vio complicada su tarea por haberse la bula filtrado en Alemania antes de su publicación, en una forma discrepante con la suya. Fue bien recibido, sin embargo, en la corte imperial de Amberes y Su Majestad prometió arriesgar su vida en la protección de la Iglesia y el honor del papa y la Santa Sede. Estaba perfectamente dispuesto a ejecutar la bula en sus dominios hereditarios, y Aleandro pudo por lo tanto hacer un auto de fe de los libros luteranos, en Lovaina, el 8 de octubre. Sin embargo, cuando se inició la hoguera, los estudiantes arrojaron a ella obras de teología escolástica y un manual medieval para predicadores titulado Duerme bien. Una hoguera semejante tuvo lugar en Lieja el 17 del mismo mes. Se incitó a los mendicantes y los conservadores de la facultad universitaria de Lovaina, a que le hicieran intolerable la vida a Erasmo. Ya había empezado la Contrarreforma, ayudada por el brazo imperial.

Pero en las tierras del Rin era distinto. El emperador regía allí solamente en virtud de su elección. Cuando estuvo en Colonia el 12 de noviembre, Aleandro trató de encender una hoguera, pero aunque el arzobispo había dado su consentimiento, el ejecutor oficial se rehusó a proceder sin un mandato imperial expreso. El arzobispo reafirmó su autoridad y los libros fueron quemados. En Maguncia la oposición fue más violenta. El ejecutor, antes de aplicar la tea, se volvió a los espectadores reunidos y preguntó si los libros habían sido legalmente condenados. Cuando a una sola voz la multitud contestó: «¡No!», el ejecutor retrocedió y se negó a actuar. Aleandro apeló a Alberto, el arzobispo, y consiguió de él una autorización para destruir algunos libros al día siguiente. La orden fue cumplida el 29 de noviembre, no por el verdugo público, sino por el sepulturero y sin testigos, salvo unas pocas mujeres que habían llevado sus gansos al mercado. Aleandro fue apedreado y declaró que a no ser por la intervención del abad no hubiera salido con vida. Se podría dudar de su palabra si no hubiera otras evidencias, pues magnificaba sus peligros para ensalzar sus proezas.

Pero en este caso hay una corroboración independiente. Ulrich von Hutten lanzó una invectiva en verso, en latín y alemán:

Aquí se queman los libros del piadoso Lutero
Porque se refieren a Tu Santa Ley.
Aquí se queman, oh Señor, muchas palabras buenas,
Aquí se asesina Tu divina doctrina.
Aquí se concede indulgencia y perdón,
Pero nada a quien no tenga dinero.
Aquí se expolia a la nación alemana
Y se permiten muchas cosas malas por dinero.
Pero si quisiera ayudarte
Y aconsejarte en estos asuntos,
No querría ahorrar lo que tengo en bienes
Ni aun mi propia sangre

El 10 de octubre la bula llegó a Lutero. Al día siguiente comentó a Spalatin:

Esta bula condena a Cristo mismo. No me citan para someterme a un interrogatorio, sino para una mera retractación. Aunque creo que es genuina, quiero tratarla como apócrifa. Ojalá Carlos fuera un hombre y luchara por Cristo contra estos Satanás. Por mí no temo nada; que suceda lo que quiera Dios. No sé lo que debe hacer el príncipe; lo único sería fingir. Os envío una copia de la bula para que podáis ver al monstruo romano. La fe y la Iglesia peligran. Me regocijo de sufrir por tal causa. No soy digno de tan santa persecución. Me siento mucho más libre ahora que por fin estoy seguro de que el papa es el Anticristo. Erasmo escribe que la corte imperial está abarrotada de frailes mendicantes ansiosos de dominar; pues no hay esperanzas de parte del emperador. Estoy en camino a Lichtenburgo para una entrevista con Miltitz. Adiós y orad por mí.

El juego de obstrucción había empezado. Federico el Sabio usó de las instrucciones de Aleandro y la comisión de Miltitz en contra de Juan Eck. Miltitz no había sido nunca destituido por el papa y ahora decía francamente que Eck no podría de ningún modo publicar la bula mientras las negociaciones amistosas estaban todavía en camino. Federico resolvió mantenerlas en acción, y por lo tanto arregló una nueva entrevista entre Lutero y Miltitz, y por supuesto el arzobispo de Trier todavía estaba dentro del cuadro como arbitro. Por esta razón Lutero impugnó la validez de la bula sobre la base de que Roma no se burlaría de dos electores quitándoles el caso de entre las manos. «Por lo tanto no creeré en la autenticidad de esta bula hasta que yo vea el plomo y la cera original, el cordón, la firma y el sello con mis propios ojos.»

Durante un tiempo, Lutero contó con la doble posibilidad de que la bula pudiera ser verdadera o falsa. En ese sentido se pronunció con un vehemente ataque, aparentemente a instancias de Spalatin, a quien escribió:

Es duro disentir de todos los pontífices y príncipes, pero no hay otro camino para escapar del infierno y la ira de Dios. Si vos no me hubierais instado, yo hubiera dejado todo en manos de Dios y no haría más de lo que ya he hecho. Redacté una réplica a la bula en latín, de la que os envío una copia. La traducción alemana está en prensa. ¿Cuándo, desde el principio del mundo, Satanás ha hablado con tanta insolencia contra Dios? Sucumbo a la magnitud de las terribles blasfemias de esta bula. Casi estoy convencido de que el último día está en el umbral. El imperio del Anticristo empieza a tambalearse. Veo que por la bula se originará una rebelión incontenible, y esto es lo único que merece la curia romana.

Contra la execrable bula del Anticristo

La respuesta a que se refería se titulaba Contra la execrable bula del Anticristo. Lutero escribía:

Se dice que una bula contra mí ha andado por toda la tierra antes de llegar a mí; como una hija de las tinieblas, teme mi faz. Por eso y porque condena artículos manifiestamente cristianos, tuve mis dudas acerca de si realmente procede de Roma o si no será más bien el engendro de aquel hombre de mentiras, hipocresía, errores y herejía, el monstruo Juan Eck. La sospecha aumentó cuando se me dijo que Eck era el apóstol de la bula. Estilo y saliva señalan a Eck. En realidad, no es inverosímil que allá donde Eck se hace oír como apóstol esté el reino del Anticristo. No obstante, entretanto quiero suponer que León X no es el responsable, no porque salvaguarde el honor del nombre romano, sino porque no me considero digno de sufrir tan gloriosamente por la verdad de Dios. Pues, ¿quién sería más feliz ante Dios que Lutero, si fuera condenado por tan altas autoridades a causa de una verdad tan evidente? Pero esta causa requiere un mártir más digno. Yo, con mis pecados, merezco otra cosa. Pero sea quien fuese el autor de esta bula, lo considero como el Anticristo. Doy fe ante Dios, Nuestro Señor Jesucristo, sus santos ángeles y todo el mundo, de que con todo corazón me aparto del juicio de esta bula, a la que repruebo y detesto como sacrilegio y blasfemia contra Cristo, el Hijo de Dios y Señor Nuestro. Que esta sea mi retractación, ¡oh bula infame! Después de haber dado mi testimonio, voy a atacar la bula misma. Pedro dice que debemos dar cuenta de la fe que está en nosotros, pero esta bula me condena autocráticamente sin ninguna prueba de las Escrituras, mientras que yo documento todos mis postulados con la Biblia. Te pregunto, oh ignorante Anticristo, ¿crees que puedes triunfar con tus meras palabras contra la fuerte armadura de las Escrituras? ¿Lo has aprendido de Colonia y Lovaina? Si la reprobación eclesiástica de los errores consiste tan sólo en decir: «no acepto», «digo que no», «no quiero», ¿qué tonto, qué asno, qué patán no podría emitir un juicio? ¿No se sonroja tu frente de meretriz cuando con el humo de tus palabras contradices los rayos del divino Verbo? ¿Por qué no damos crédito a los turcos? ¿Por qué no admitimos a los judíos? ¿Por qué no honramos a los herejes, si basta con el mero condenar? Pero Lutero, que está acostumbrado a bellum, no teme a bullam. Todavía sé distinguir entre un mero papel y el omnipotente Verbo de Dios.

Muestran su ignorancia y su mala conciencia al inventar el adverbio «respectivamente». Mis artículos son llamados «respectivamente» heréticos, erróneos, escandalosos, lo que quiere decir que no saben cuáles son qué. ¡Oh preocupada ignorancia! Yo no quiero ser instruido «respectivamente» sino absoluta y ciertamente. Exijo que se diga absoluta y no «respectivamente», explícita y no confusamente, seguramente y no con apariencia engañosa, clara y no oscuramente, punto por punto y no en general, qué es herético y qué no lo es; deben demostrarme en qué punto soy hereje, o secar su saliva. Dicen que algunos artículos son heréticos, otros erróneos, algunos enojosos, otros escandalosos. De esto hay que inferir que los que son heréticos no son erróneos, los que son erróneos no son enojosos, los que son enojosos no son escandalosos. ¿Qué significa, pues, pretender que algo no sea herético, ni enojoso, ni falso pero sí escandaloso? Escribid, pues, sobria y sensatamente, vosotros, papistas impíos e insensatos, si es que queréis escribir algo. Ya sea que proceda de Eck o del papa, esta bula lo es todo a la vez: impiedad, blasfemia, ignorancia, hipocresía, mentira; en una palabra, es Satanás mismo con su Anticristo.

¿Dónde estáis ahora, oh noble emperador Carlos, reyes y príncipes cristianos? En el bautismo os habéis comprometido solemnemente a Cristo, ¿y podéis soportar estas palabras infernales del Anticristo? ¿Dónde estáis vosotros, los obispos? ¿Dónde los doctores? ¿Dónde estáis todos los que os confesáis dé Cristo? ¡Ay de todos aquellos que viven en estos tiempos. La venganza de Dios ha caído sobre los papistas; sobre los enemigos de la Cruz de Cristo, de modo que también ellos son hostiles a todas las gentes e impiden que sea predicada la verdad. A vosotros, entonces, oh León X, y vosotros los cardenales, y quienquiera que tenga nombre de Roma, os digo francamente en vuestra cara: si esta bula se ha publicado en vuestro nombre, entonces quiero hacer uso del poder que me es dado por el bautismo, por el que me he convertido en un hijo de Dios y coheredero de Cristo, fundado sobre una roca sólida, contra la cual no pueden nada las puertas del infierno. Os digo, exhorto y advierto en nombre del Señor: haced penitencia, renunciad a estas blasfemias diabólicas y terminad con la audaz impiedad. ¡Pronto! Si no queréis, entonces sabed que yo, junto con todos los que sirven a Cristo, consideraré a vuestra sede como ocupada por el mismo Satanás; como el asiento maldito del Anticristo. En nombre de Jesucristo, Nuestro Señor, a quien vosotros perseguís. Amén. Pero mi celo me arrebata. Aún no estoy convencido de que la bula realmente provenga del papa, sino que creo que proviene de ese apóstol de la injusticia, Juan Eck.

Luego sigue una discusión de los artículos. El opúsculo concluye así:

Si alguien desprecia mi advertencia fraternal, no tengo parte en su sangre y estoy disculpado en el Juicio Final de Cristo. Es mil veces mejor que yo muera a que me retracte de una sola sílaba de los artículos condenados. Y así como ellos me excomulgan por su herejía perversa, así los excomulgo yo en nombre de la sagrada verdad de Dios. Cristo juzgará cuál excomunión prevalecerá. Amén.

La libertad del cristiano

Dos semanas después de la aparición de este opúsculo salió otro tan sorprendentemente diferente, que hace preguntarse si podría ser escrito por el mismo hombre o, si es del mismo autor, cómo podía pretender ninguna apariencia de sinceridad. Se titulaba La libertad del cristiano y empezaba con unas deferentes palabras a León X. Esta obrita fue el fruto de la entrevista con Miltkz, quien volvió a su antiguo principio de mediación pidiendo a Lutero que se dirigiera al papa disculpándose de cualquier ofensa personal y haciendo una profesión de fe. Lutero podía responder con toda integridad. No estaba luchando contra un hombre sino contra un sistema. En una quincena podía fustigar al papado tachándolo de ser el Anticristo y, sin embargo, dirigirse al papa con deferencia.

Santísimo Padre: Durante las luchas de los últimos tres años siempre he pensado en vos, y aunque vuestros aduladores me incitaron a apelar a un concilio a pesar de los fútiles decretos de vuestros predecesores Pío y Julio, jamás me dejé inducir por su estulta tiranía a despreciar a Vuestra Santidad. Por cierto que he usado palabras ásperas contra doctrinas impías, pero, ¿no llamó Cristo a sus adversarios generación de víboras, guías ciegos e hipócritas? ¿Y Pablo no calificaba a sus adversarios de perros, «cortamiento», hijos del diablo? ¿Quién podría hablar más mordazmente que los profetas? No discuto con nadie sobre su vida sino sólo sobre la Palabra de verdad. Veo en vos menos a León el león que a Daniel en la cueva de los leones de Babilonia. Quizá tengáis tres o cuatro cardenales doctos y excelentes, pero, ¿qué son ellos entre tantos? La caria romana no os merece a vos sino al mismo Satanás. ¿Qué hay bajo el cielo que sea más pervertido, más enfermo y más digno de odio? ¿No es ella más impía que el mismo turco? Mas no penséis, oh Padre León, que yo, al arremeter contra esta sede de pestilencia., arremeto también contra vuestra persona. Cuidaos de las sirenas que quieren hacer de vos no un hombre sino un semidiós. Vos sois un siervo de siervos. No escuchéis a los que dicen que nadie puede ser cristiano sin vuestra autoridad y que os hacen señor del cielo, del infierno y el purgatorio. Están errados los que os colocan por encima de un concilio y la Iglesia Universal. Están equivocados si os transforman en el único intérprete de las Escrituras. Os envío un escrito como prenda de paz, para que os deis cuenta de cuáles son las cosas de que podría y querría ocuparme más fructíferamente si vuestros aduladores lo permitieran.

Luego seguía el cántico sobre la libertad del cristiano. Si Lutero suponía que esta carta y el opúsculo suavizarían al papa, era excesivamente ingenuo. La propia carta deferente negaba la primacía del papa sobre los concilios, y la disertación afirmaba el sacerdocio de todos los creyentes. La pretensión de que el ataque era dirigido no contra el papa, sino contra la curia, es el artificio empleado comúnmente por los revolucionarios con espíritu constitucional, a quienes no les gusta admitir que se rebelan contra el jefe de un gobierno. De la misma manera, los puritanos ingleses pretendieron durante un tiempo que no estaban luchando contra Carlos I sino contra los «malignos» que lo rodeaban. A medida que el conflicto continúa, tales ficciones pronto se hacen demasiado transparentes para ser útiles. Lutero se vio pronto obligado a abandonar la distinción, pues la bula había sido lanzada en nombre del papa y nunca había sido desautorizada por el Vaticano. Ella exigía retractación. Lutero nunca accedería a ello. El 29 de noviembre salió a la lucha con la Afirmación de todos los artículos equivocadamente condenados en la bula romana. El tono de la misma puede ser inferido de los dos siguientes.

No. 18: la proposición condenada era que «las indulgencias son la piadosa defraudación de los fieles». Lutero comentaba:

Estaba equivocado, lo admito, cuando dije que las indulgencias eran «una piadosa defraudación de los fieles». Me retracto y digo: Las indulgencias son los más impíos fraudes e imposturas de papas criminales, con las cuales destruyen los bienes y corrompen las almas de los fieles.

No. 29: La proposición condenada era «que ciertos artículos de Juan Hus condenados en el Concilio de Constanza son cristianísimos, verdaderos y evangélicos, a los que la iglesia universal no puede condenar». Lutero comentaba:

Estaba equivocado. Me retracto de la afirmación según la cual ciertos artículos de Juan Hus son evangélicos. Ahora digo: no algunos, sino todos los artículos de Juan Hus fueron condenados por el Anticristo y sus apóstoles en la sinagoga de Satanás. Y ante vuestra cara, oh Santísimo Vicario de Dios, digo francamente: todos los artículos condenados de Juan Hus son evangélicos y cristianos, y los vuestros son absolutamente impíos y diabólicos.

Esto apareció el día en que los libros de Lutero eran quemados en Colonia. Corrían rumores de que la próxima hoguera sería en Leipzig. Los sesenta días de gracia pronto expirarían. Generalmente se hacía la cuenta desde el día en que la citación había sido realmente recibida. La bula había llegado a Lutero el 10 de octubre. El 10 de diciembre Melanchton, en nombre de Lutero, hizo una invitación a la facultad y estudiantes de la universidad para reunirse a las diez en la puerta de Elster donde, en represalia por haber quemado los piadosos y evangélicos libros de Lutero, serían dadas a las llamas las impías constituciones papales, la ley canónica y obras de teología escolástica. Lutero mismo arrojó la bula papal. Los profesores volvieron a sus casas, pero los estudiantes cantaron el Te Deum y desfilaron por la ciudad en un carro con otra bula fijada en un palo y una indulgencia en la punta de una espada. Las obras de Eck y otros oponentes de Lutero fueron quemadas.

Lutero justificó públicamente lo que habían hecho:

Como ellos quemaron mis libros, yo quemo los suyos. Se incluyo el derecho canónigo porque transforma al papa en un Dios en la tierra. Hasta ahora sólo he jugado en mi trato con el papa. Todos mis artículos condenados por el Anticristo son cristianos. Rara vez el papa ha vencido a alguien que esté con la Escritura y la razón.

Federico el Sabio se ocupó de disculpar la acción de Lutero ante el emperador. Escribió a uno de los consejeros:

Después que dejé Colonia, fueron quemados los libros de Lutero, y otra vez en Maguncia. Lamento esto porque el Dr. Martín ya ha protestado estar dispuesto a hacer todo lo que sea compatible con el nombre de cristiano, y yo he insistido constantemente en que no debe ser condenado sin ser oído, y que sus libros no deben ser quemados. Si Lutero ha hecho ahora lo mismo, espero que Su Majestad Imperial lo pasará benévolamente por alto.

Federico nunca había ido tan lejos. Se jactaba de que en toda su vida no había cambiado más de veinte palabras con Lutero. Pretendía no pronunciar juicios sobre sus enseñanzas, sino que pedía solamente que se le concediera una audiencia imparcial. Y todavía podía decir que no estaba defendiendo las ideas de Lutero, sino meramente excusando su acto. El pretexto no era la teología, sino la ley. Los libros de Lutero habían sido quemados ilegalmente. Es cierto que él no debía haberse vengado, pero el emperador debía tolerar la afrenta en vista de la provocación. Lo que Federico estaba diciendo era que un alemán, objeto de una injusticia, debía ser perdonado por quemar no solamente una bula papal sino todo el derecho canónico, el gran código legal que en la Edad Media había proporcionado más que la ley civil, la base legal para la civilización europea.

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