Biografía de Lutero - por Roland Bainton

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Capítulo XII

LA VUELTA DEL EXILIO

Con una barba suficiente como para engañar a su madre, el exilado del Wartburgo apareció en las calles de Wittemberg el 4 de diciembre de 1521. Se hallaba inmensamente complacido con las reformas que sus colaboradores habían introducido últimamente, pero enfadado porque sus recientes opúsculos no habían sido publicados. Si Spalatin no los había entregado a la imprenta, debía saber que otros peores los reemplazarían. Spalatin entregó entonces los tratados sobre los votos y las misas privadas, pero retuvo la invectiva contra Alberto, que nunca apareció. Lutero hizo saber también en Wittemberg que estaba contemplando la posibilidad de una invectiva contra Federico si no dispersaba su colección de reliquias y contribuía para el fondo de los pobres con todo el oro y la plata en que estaban engastadas. En este momento Lutero estaba claramente en favor de la aceleración de la reforma.

Pero no por la violencia. El día antes de que llegara a Wittemberg se había producido un tumulto. Estudiantes y vecinos, con cuchillos debajo de sus capas, habían invadido la iglesia parroquial, arrebatando los misales de los altares y sacando a los sacerdotes. Habían arrojado piedras contra los que decían devociones privadas a la virgen María. Al día siguiente, el mismo día de la llegada de Lutero, los franciscanos fueron intimidados. Y esto no era lo peor. Lutero quizá hubiera podido disculpar este tumulto como una travesura de estudiantes, pero en los viajes de ida y vuelta al Wartburgo había pulsado en el pueblo un sentimiento revolucionario. Por lo tanto se apresuró a hacer una advertencia contra la violencia. «Recordad- decía – que el Anticristo, como dice Daniel, ha de ser vencido sin la mano del hombre. La violencia sólo lo hará más fuerte. Orad, predicad, pero no luchéis. No quiero decir que esté prohibida toda represión, pero ésta debe ser ejercida por las autoridades constituidas.»

Pero mientras tanto en Wittemberg la autoridad constituida era inhibitoria. El elector Federico publicó el 19 de diciembre una orden en la que decía que la discusión podía continuar, pero que no podía haber cambios en la misa hasta lograr unanimidad. Carlstadt decidió desafiar al elector y anunció que cuando le llegara el turno de decir misa en Año Nuevo daría la comunión en ambas formas a toda la ciudad. El elector se interpuso, pero Carlstadt se le anticipó cambiando su turno para Navidad y haciendo la invitación pública apenas la noche antes. El populacho estaba excitado y la Nochebuena fue celebrada con tumultos. El populacho invadió la iglesia parroquial, destruyó las lámparas, intimidó a los sacerdotes, cantó por toda la iglesia «Mi muchacha perdió su zapato», y luego desde el patio se puso a maullar contra el coro. Finalmente fueron a la iglesia del castillo y cuando el sacerdote daba la bendición le desearon pestilencia y fuego del infierno.

Disturbios

El día de Navidad, dos mil personas se reunieron en la iglesia del castillo; «toda la ciudad», decía un cronista. Y estaba muy cerca de serlo, pues la población total era de 2500. Carlstadt ofició sin vestiduras, con un simple traje negro. En su sermón dijo al pueblo que en preparación para el sacramento no necesitaban ayunar ni confesarse. Si les parecía que primero debían ser absueltos, entonces les faltaba fe en el sacramento mismo. Sólo se necesita fe, fe y deseo sincero, y profunda contrición. «Mirad como Cristo os hace partícipes de su santidad si creéis. Mirad cómo os ha limpiado y santificado con su promesa. Mejor aun, mirad que Cristo está ante vosotros. Os saca de vuestras luchas y dudas, para que sepáis que a través de su palabra sois bendecidos.»

Carlstadt recitó la misa en latín, en forma muy abreviada, omitiendo todos los pasajes sobre sacrificio. En la consagración y distribución de los elementos, el pan y el vino, pasó del latín al alemán. Por primera vez en sus vidas, las dos mil personas reunidas escucharon en su propia lengua las palabras: «Este es el cáliz de mi sangre y del nuevo y eterno testamento, espíritu y secreto de la fe, derramada por vosotros para la remisión de los pecados.» Uno de los comulgantes tembló tanto que dejó caer el pan. Carlstadt le dijo que lo levantara; pero el que había tenido valor para adelantarse y tomar el sagrado manjar con sus propias manos del plato, cuando lo vio profanado en el suelo se sintió tan vencido por el terror del sacrilegio infligido al cuerpo de Dios, que no pudo decidirse a tocarlo de nuevo.

Bajo la dirección de Carlstadt el consejo de la ciudad de Wittemberg publicó la primera ordenanza comunal de la reforma. La misa debía ser dicha más o menos como Carlstadt lo había hecho. Las ideas de Lutero sobre reforma social fueron completadas. Se prohibió la limosna. Los que fueran verdaderamente pobres debían ser mantenidos con un fondo común. Las prostitutas debían ser desterradas. Y luego venía un punto completamente nuevo: las imágenes debían ser quitadas de las iglesias.

La cuestión de las imágenes, cuadros y estatuas de los santos y la virgen y los crucifijos había sido grandemente agitada durante las semanas precedentes. Zwilling había dirigido una revuelta iconoclasta, derribando altares y destrozando imágenes y cuadros de santos. El autor de la idea era Carlstadt, quien se basaba directamente en las Escrituras: «No te harás imagen ni ninguna semejanza de cosa alguna que esté arriba en el cielo, o abajo en la tierra, o en las aguas debajo de la tierra.» La Escritura era reforzada por su propia experiencia. Él había sido tan profundamente adicto a las imágenes, que por ellas se había alejado del verdadero culto. «Dios es espíritu» y debe ser adorado solamente en espíritu. Cristo es espíritu, pero la imagen de Cristo es madera, plata u oro. El que contempla un crucifijo recuerda solamente los sufrimientos físicos de Cristo en vez de sus tribulaciones espirituales.

Unido a este ataque al arte en la religión se produjo también un ataque a la música religiosa. «Relegad los órganos, trompetas y flautas al teatro», decía Carlstadt.

Es mejor una sola oración sentida que mil cantatas de los Salmos. Las lascivas notas del órgano despiertan pensamientos mundanos. Cuando deberíamos estar meditando sobre el sufrimiento de Cristo, nos acordamos de Píramo y Tisbe. O, si debe haber canto, que no sea más que una monodia.

Mientras Wittemberg estaba así convulsionado por los iconoclastas, desde Zwickau, cerca de la frontera bohemia, llegaron tres laicos diciendo que eran profetas del Señor y que habían tenido íntimas conversaciones con el Todopoderoso. No necesitaban la Biblia, sino que confiaban en el Espíritu. Si la Biblia fuera importante, Dios la hubiera dejado caer directamente desde el cielo. Repudiaban el bautismo de los niños y proclamaban la rápida erección del reino de los piadosos a través de la destrucción de los impíos, ya fuera a manos de los turcos o de los piadosos mismos. Melanchton los escuchó lleno de asombro y escribió al elector:

Apenas puedo deciros cuan profundamente conmovido me hallo. Pero nadie, como no sea Martín, podrá juzgarlos. Como el Evangelio está en peligro, debería dárseles la oportunidad de que se encuentren con él. Ellos lo desean. No os hubiera escrito si el asunto no fuera tan importante. Debemos cuidarnos de no resistir al Espíritu de Dios, pero también de no entregarnos al demonio.

Pero tal disputa con Martín parecía peligrosa para él y perturbadora para Wittemberg. En opinión de Spalatin, ésta ya había tenido suficiente.

Lutero en sus cartas rechazaba a los profetas sobre bases religiosas porque hablaban demasiado volublemente.

Preguntadles si han experimentado esas angustias espirituales, nacimientos divinos, muerte e infierno. Si se os dice que todo es dulce, quieto, devoto y religioso, entonces no los admitáis aunque pretendan haber sido arrebatados al tercer cielo. La Majestad Divina no habla directamente; habla por medio de seres humanos – nadie puede soportar oírlo, hablar a Él mismo. Dios es un fuego devorador; hasta los ensueños y visiones de los santos son terribles. Si no podéis discernir los espíritus, entonces seguid el consejo de Gamaliel y esperad.

En otra carta agregaba:

No dudo de que fácilmente habremos de reírnos de estos dos incendiarios, aun sin recurrir a la espada. Que nuestro príncipe no manche sus manos en la sangre de estos nuevos profetas. Mas no volveré a causa de ellos. No me conmueven.

Federico el Sabio era atormentado por una erupción tras otra. El golpe siguiente vino de la derecha. El ruido de los sucesos de Wittemberg llegó a oídos del duque Jorge en la frontera, y la grieta confesional se fundió con la antigua rivalidad entre las dos casas de Sajonia. Lutero pronto pudo completar su trinidad de oposición con el papa, el duque Jorge y el demonio. Por el momento el duque era el más activo de los tres. Estuvo en la dieta de Nuremberg y persuadió a los estados de que enviaran a Federico el Sabio y al obispo de Meissen, que tenía jurisdicción eclesiástica sobre la región de Wittemberg, las siguientes instrucciones:

Se nos dice que hay sacerdotes que celebran con vestiduras profanas, omitiendo partes esenciales de la misa. Consagran el santo sacramento en alemán. A los comulgantes no se les exige confesión previa. Ellos mismos toman los elementos con sus propias manos y en ambas especies. La sangre de Nuestro Señor se ofrece no en un cáliz sino en una jarra. Se da el sacramento también a los niños. Los sacerdotes son sacados de los altares por la fuerza. Sacerdotes y monjas se casan y el populacho es incitado al sacrilegio y al pecado.

En respuesta a esta comunicación, el obispo de Meissen pidió a Federico el Sabio permiso para realizar una visita por todos sus dominios, y Federico consintió, aunque sin hacer promesas en cuanto a los transgresores de la disciplina. El 13 de febrero, Federico dio instrucciones propias a la Universidad y al capítulo de la iglesia del castillo:

Nos hemos dado demasiada prisa. El hombre común ha sido incitado a la rebelión y nadie ha sido edificado con ello. Debemos tener consideración por los débiles. Se puede discutir sobre las imágenes; más tarde se tomarán las medidas necesarias. La cuestión de la mendicidad debe ser examinada. Primero se debe informar sobre los cambios en la misa, pero los puntos en duda deben ser discutidos. Sería preferible que Carlstadt renunciara a predicar.

Este documento apenas si puede ser descrito como una abrogación completa de las reformas. Federico simplemente pedía una tregua e invitaba a una ulterior consideración. Lo que sí abrogaba enfáticamente era la ordenanza municipal de enero. Si debía haber reformas, estaba decidido a que no fuera por ciudades sino por territorios, como en el subsiguiente modelo alemán. Carlstadt se sometió y acordó no predicar. Zwilling abandonó Wittemberg.

La invitación a volver

Pero el consejo de la ciudad decidió desafiar al elector invitando a Martín Lutero a volver. Se le envió una invitación en nombre de «el consejo y toda la ciudad de Wittemberg». Ya que el elector declaraba nula su ordenanza, traerían de vuelta al autor de todo el movimiento. Probablemente esperaban que Lutero ejerciera una influencia moderadora. Carlstadt y Zwilling eran incendiarios latentes. Melanchton estaba en un dilema, sospechado de irse para escapar a los radicales; dijo francamente: «El dique se ha roto y yo no puedo hacer frente a las aguas.» El consejo no sabía a dónde mirar en busca de dirección, salvo hacia el Wartburgo, y, sin consultar ni siquiera informar al elector, invitó a Lutero a volver.

No le faltaban a éste deseos de volver, pues ya había dicho en diciembre que no tenía intenciones de quedarse escondido después de Pascua. Se quedaría hasta que terminara un volumen de sermones y la traducción del Nuevo Testamento. Luego se proponía encarar la traducción del Antiguo Testamento y establecerse en algún lugar en las cercanías de Wittemberg a fin de poder lograr la colaboración de colegas mejor versados que él en el hebreo. En ese momento, estos intereses eruditos lo dominaban más que cualquier deseo de hacer el viaje a Wittemberg. Pero cuando le llegó la invitación directa de la ciudad y la congregación, fue para él como un llamado de Dios.

Lutero tuvo la cortesía de notificar al elector de su intención. Federico replicó que se daba cuenta de que quizá no había hecho suficiente. Pero, ¿qué debía hacer? No deseaba ir contra la voluntad de Dios, ni provocar desórdenes. La dieta de Nuremberg y el obispo de Meissen amenazaban con su intervención. Sí Lutero volvía y el papa y el emperador intervenían para hacerle daño, el elector lo pasaría mal. Pero si el elector se resistía, se produciría un gran disturbio en el país. En lo que se refería a su persona, el elector estaba dispuesto a sufrir, pero le gustaría saber para qué. Si sabía que la cruz provenía de Dios, la soportaría; pero en Wittemberg nadie sabía quién era el cocinero ni quién el mozo. Pronto tendría lugar una nueva reunión de la dieta. Mientras tanto, que Lutero se mantuviera quieto. El tiempo podría cambiar grandemente las cosas. Lutero respondió:

Lo que he escrito fue escrito por inquietud, pues quería confortar a Vuestra Excelencia Electoral, no a causa del asunto mío, sino por el conflicto desacertado en Wittemberg, originado por los nuestros para gran deshonra del Evangelio. Yo me hubiera desalentado si no supiera que el Evangelio todo está de nuestro lado. Cuanto he sufrido hasta ahora no es nada en comparación con este asunto. Con alegría lo hubiera pagado con mi vida, si hubiera sido posible. Pues se ha procedido de tal manera que no podemos responder de ello ni ante Dios ni ante el mundo. El diablo ha puesto sus manos en este asunto.

En cuanto a mi asunto, Vuestra Señoría, contesto lo siguiente. Vuestra Excelencia Electoral sabe -o si no lo sabe se lo hago saber con esto- que el Evangelio no me ha sido dado por los hombres, sino por Nuestro Señor Jesucristo desde el cielo. Ahora veo que mi excesiva humildad ha traído como consecuencia la humillación del Evangelio, El diablo quiere ocupar todo el lugar cuando le concedo sólo un palmo. Debo hacer otra cosa para descargo de mi conciencia. He contentado a Vuestra Excelencia Electoral permaneciendo escondido este año. El diablo bien sabe que no lo hice por cobardía, e iría cabalgando a Leipzig aun cuando llovieran duques Jorge durante nueve días.

Vuestra Excelencia Electoral sepa que llegaré a Wittemberg bajo una protección mucho más sublime que la del Príncipe Elector. Tampoco tengo la intención de pedir la protección de Vuestra Excelencia Electoral. Sí, creo que yo podría proteger a Vuestra Excelencia Electoral mejor que vos a mí. Además, si supiera que Vuestra Excelencia Electoral pudiera y quisiera protegerme, no iría. En estos asuntos no puede ni debe aconsejar o ayudar la espada; sólo Dios debe actuar aquí, sin cuidados ni intervención humanos. Por eso, quien crea más podrá proteger más en este caso. Y como ahora siento que Vuestra Excelencia Electoral es bastante débil aun en la fe, no puedo considerar de ninguna manera a Vuestra Excelencia Electoral como el hombre que pueda protegerme o salvarme.

Ahora Vuestra Excelencia Electoral quiere saber qué debe hacer en este asunto, porque Vuestra Excelencia Electoral cree que ha hecho demasiado poco. Pero respondo yo sumisamente: Vuestra Excelencia Electoral ya ha hecho demasiado y no debe hacer nada más. Porque Dios no quiere ni puede tolerar la intromisión de Vuestra Excelencia Electoral o mía. Él quiere que todo sea dejado a él. Si Vuestra Excelencia Electoral cree esto, entonces estará seguro y tendrá paz; si no lo cree, en cambio yo creo y debo tolerar que la incredulidad de Vuestra Excelencia Electoral se atormente con inquietudes, como corresponde sufrir a todos los descreídos.

Teniendo en cuenta que yo no quiero obedecer a Vuestra Excelencia Electoral, Vuestra Excelencia Electoral queda disculpado ante Dios, si me toman preso o me matan. Ante los hombres, Vuestra Excelencia Electoral debe portarse así: ser obediente a las autoridades corno Príncipe Elector y dejar actuar a Su Majestad Imperial. Porque nadie debe quebrar el poder ni oponerle resistencia, salvo aquel que lo ha establecido; de lo contrario sería rebelión, y contra Dios. Si Vuestra Excelencia Electoral deja abiertas las puertas cuando ellos vengan a buscarme, entonces Vuestra Excelencia Electoral habrá satisfecho la obediencia. Si Vuestra Excelencia Electoral creyera, vería la gloria de Dios; pero como no cree aún, no ha visto nada todavía.

El regreso a Wittemberg

El regreso a Wittemberg fue incomparablemente valeroso. Nunca hasta entonces había estado Lutero en tal peligro. En la entrevista con Cayetano y en Worms había estado bajo el bando de la iglesia y el imperio, y Federico había estado pronto para proporcionarle asilo. Pero esta vez se había hecho saber a Lutero que no podía contar con ninguna protección en caso de extradición por la dieta o el emperador. En Worms había habido una segunda línea de defensa, en Sickingen, Hutten y los caballeros, lista muralla estaba desmoronándose rápidamente. Después de Worms, Sickingen había tenido la imprudencia de embarcarse en una aventura destinada a detener la desaparición de los caballeros alemanes a expensas de los príncipes territoriales y los obispos. El ataque se concentró en el príncipe obispo Ricardo de Greiffenklau, elector y arzobispo de Trier. Una cantidad de caballeros que untes habían ofrecido ayuda a Lutero se unieron a Sickingen, pero su campaña estaba perdida desde el principio porque las víctimas de sus depredaciones anteriores se unieron al arzobispo de Trier y acorralaron a Sickingen en uno de sus propios castillos, donde murió a consecuencia de las heridas recibidas. Hutten no había podido acompañarlo en su campaña porque estaba enfermo de sífilis en el Ebernburg. Pero en intervalos de salud se había entregado a una correría propia, una guerra de sacerdotes como la llamaba, que consistía principalmente en el saqueo de conventos. Cuando Sickingen fracasó, escapó a Suiza a terminar con un chasquido su meteórica carrera en una isla del lago Zurich. Los caballeros que habían participado en la empresa de Sickingen sufrieron la confiscación de sus bienes. Si Lutero hubiera confiado en ellos, habrían resultado una caña quebrada. Pero ya hacía tiempo que había decidido confiar solamente en el Señor de los ejércitos, que no siempre libra a sus hijos de la boca del león.

Un detalle del viaje de Lutero hacia el hogar es registrado por un cronista suizo, quien apologéticamente introdujo en una historia críptica de la época una descripción de una experiencia propia cuando viajaba con un compañero hacia Wittemberg y llamaron, muy entrada una noche tormentosa, al portal de la Posada del Oso Negro de una aldea de Turingia. El posadero hizo pasar a los sucios viajeros a una pieza donde estaba sentado un caballero con una frondosa barba negra envuelto en una capa escarlata y calzones de lana, con las manos descansando en la empuñadura de una espada mientras se dedicaba a la lectura. El caballero se paró y hospitalariamente invitó a los enfangados viajeros a sentarse y compartir con él un vaso. Observaron que su libro estaba escrito en hebreo. Le preguntaron si sabía si Lutero «estaba en Wittemberg. «Sé positivamente que no -dijo-, pero «estará.» Entonces les preguntó qué pensaban los suizos de Lutero. ‘El posadero, observando que la pareja estaba bien dispuesta para con el reformador, les confió que el caballero era Lutero mismo. El suizo no podía dar crédito a sus oídos, aunque debe de haber confundido el nombre con Hurten. Al partir a la mañana siguiente le hicieron saber al caballero que lo habían tomado por Hutten. «No, es Lutero», interrumpió el posadero. El caballero rió. «Vosotros me tomáis por Hutten. Él me toma por Lutero. Quizá yo sea el diablo.» A la semana habrían de encontrarse nuevamente en Wittemberg.

La primera preocupación de Lutero fue restaurar la confianza y el orden. Con fornida presencia y meliflua voz subió al pulpito a predicar paciencia, caridad y consideración por los débiles. Recordó a sus oyentes que ningún hombre puede morir por otro, ningún hombre puede creer por otro, ningún hombre puede responder por otro. Por lo tanto, cada hombre debe estar plenamente convencido en su propio espíritu. Nadie puede ser obligado a creer. La violencia de los que demuelen altares, destrozan imágenes y arrastran a los sacerdotes por los cabellos era para Lutero un desastre mayor que ningún ataque procedente del papado contra él mismo. Estaba empezando a creer que quizá después de todo se hallaba más cerca de Roma que de sus propios sectarios. Se hallaba profundamente herido porque las predicciones de sus atacantes de que sería ocasión de «división, guerra e insurrección» estaban cumpliéndose demasiado abundantemente.

Les rogó:

Dad tiempo a los hombres. Yo tardé tres años de constante estudio, reflexión y discusión, para llegar a donde estoy ahora, y, ¿cómo puede esperarse que el hombre común, no versado en tales asuntos, recorra el mismo camino en tres meses? No creáis que los abusos se eliminan destruyendo el objeto de que se abusa. Los hombres pueden proceder mal con el vino y las mujeres. ¿Vamos por ello a prohibir el vino y matar a las mujeres? El sol, la luna y las estrellas han sido adorados. ¿Vamos por ello a arrancarlos del cielo? Tal apresuramiento y violencia revelan falta de confianza en Dios. Mirad cuánto ha querido El realizar por mi intermedio sin violencia. Sólo me he dedicado a la Palabra de Dios; la he predicado y escrito; fuera de esto no hice nada. La Palabra de Dios, mientras yo dormía o bebía cerveza en Wittemberg con mi Felipe y Amsdorf, hizo tanto por debilitar el papado como ningún príncipe o emperador lo han logrado jamás. Yo no he hecho nada. La Palabra lo hizo todo. Si yo hubiera procedido con ímpetu, habría expuesto a Alemania a una gran matanza, y hubiera iniciado tal conflagración en Worms, que ni siquiera el emperador hubiese estado seguro. Pero, ¿qué habría logrado con ello? Hubiera sido una gran locura. En cambio, no hice nada: dejé obrar a la Palabra .

En respuesta a estos llamados, Zwilling acordó dejar de celebrar la comunión con plumas en el birrete, y Lutero cordialmente lo recomendó a un curato en Altenburg y más tarde en Torgau. Carlstadt se encargó de una congregación en el vecino Orlamilnde. Wittemberg estaba tomada.

Lutero entonces se volvió a tratar con el elector, quien deseaba de él una afirmación para someterla a la dieta de Nuremberg, exculpando al príncipe de toda complicidad en su vuelta desde el Wartburgo. Lutero cumplió alegremente con ello, pero en el curso de la carta observaba que las cosas están dispuestas en forma diferente en el cielo y en Nuremberg. Federico sugirió que las palabras «en Nuremberg» fueran sustituidas por «en la tierra». Lutero lo complació nuevamente.

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